jueves, 28 de abril de 2011

Vida eterna en el Limbo

Estudié en una escuela laica. Pero como personas que somos, no existe la imparcialidad impoluta. Así, a un árbitro o un juez, por mucho que quiera valorar los hechos objetivamente, siempre se le escapará algún prejuicio –aunque- involuntario. Obviamente, algunos lo llevan mejor que otros. Como comentaba, la escuela decía prescindir de la instrucción religiosa, pero no así algunos de sus profesores. No sé qué edad debía tener yo, pero recuerdo una explicación de una de mis maestras. Nos habló del Limbo. Tal vez fue significativo para mí porque el concepto me atañía directamente. “Decían los catecismos clásicos que el limbo de los niños o de los justos era un lugar del más allá al que iban a parar quienes morían sin uso de razón y sin haber sido bautizados”. Yo no estoy bautizada, por ello el asunto me incumbía.

No dejaba de sorprenderme lo misterioso y temido de su definición, puesto que es un lugar entre el cielo y el infierno. Así es que imaginaba un bloque de tres pisos visto desde frente, una comunidad de propietarios un tanto especial que convivía compartiendo un espacio en común. Relativamente juntos, pero no mezclados. Los del piso de arriba no paraban de hacer ruido; fiesta y diversión a todas horas: el cielo. En el piso de abajo sólo se escuchaba el ruido de las llamas y por lo demás, todo era silencio. Parecía inhabitado, pero sin embargo se presentía algo. Como en un cementerio cuando aparentemente estás sólo pero sin embargo intuyes de algún modo los allí enterrados. Como el escalofrío que recorre el cuerpo cuando ves el lugar en el que ha ocurrido un accidente mortal. Vacío pero, a la vez, frío, traumático y chocante. Por supuesto, el infierno. ¿Y qué hay de los vecinos de en medio? Eran un grupo de personas taciturnas, silenciosas, tristes y melancólicas que deambulaban de un lado para otro, sólo interrumpidas por el ruido de sus colindantes. Y mientras caminaban pensaban ensimismados en aquello que rompía el silencio: en su entorno, en sus vecinos, en el mundo que los rodeaba. Reflexionaban sobre los motivos de tan distintos estados anímicos. Entendían que los de arriba disfrutaran eternamente, pues estando en vida se esforzaron por ser honestos y puros, aunque esto implicara austeridad, sobriedad e incluso sufrimiento. Los de abajo, sin embargo, en vida se excedieron y ahora pagaban por ello. Pero estuvieran donde estuviesen, habían disfrutado y siempre les quedaría el recuerdo. “ Los bebés muertos no han cometido pecados, por lo que su sitio no es el infierno, pero cargan con la culpa del pecado original, por lo que tampoco deberían subir al cielo. Así, su destino era una tercera clase de cavidad distinta del cielo y el infierno, donde pasarían la eternidad sin pena ni gloria”.

“Pasarían la eternidad sin pena ni gloria”. Esto es lo que siento y a la vez tanto temo. Dejando el tema de la religión aparte, este no me preocupa en absoluto, pero dicho término sigue significando mucho para mí. Pasar el resto de mi vida sin pena ni gloria. A las puertas del cielo, pero sin alcanzarlo. Con los mejores ingredientes para una vida perfecta, pero sin tener la receta, sin saber cocinar. “Además, estas almas cándidas, sufrirían la ausencia de quienes habían tenido la fortuna de salvarse: padres, familia y amigos”. Soledad. Lo cierto es que me doy cuenta que todo mi alrededor se mueve y evoluciona. Cuidado, todo se mueve pero NO a mí alrededor, sino que el entorno que me rodea es cambiante pero yo estoy estancada, como en el limbo.

Mis objetivos están lejos de querer ganar una gran fortuna, tampoco quiero ser el centro de atención de nada ni de nadie. Son mucho más sencillos y nada tienen que ver con lo material ni con la ambición profesional. Simplemente quiero avanzar; prosperar en lo sentimental y emocional; en definitiva: SENTIR. Hace tiempo que no siento nada. Hoy alguien me dio una buena noticia. Debería alegrarme y, de hecho, me alegro por esta persona, pero debo confesar que a la vez me entristece profundamente. Porque yo sigo anclada en unos propósitos que ni siquiera sé si son los correctos; voy siguiendo una meta, un camino que tal vez es mi perdición. Es la historia del nunca acabar. Alcanzo la meta y de repente me siento vacía, pierdo el rumbo. Objetivo cumplido: desorientación absoluta. Y vuelta a empezar: nuevo objetivo, nuevo recorrido. El problema es que mientras tanto no disfruto del paisaje; voy a toda velocidad sin entretenerme por el camino. Y así es como estoy consumiendo los “mejores” años de mi vida; así es como voy quemando mi juventud. Manifiesto que quiero escapar de este lugar de deseo incumplido.

sábado, 2 de abril de 2011

El apócrifo Príncipe Azul

Ésta vez la anécdota divertida, aunque podría haber acabado en tragedia, la protagoniza mi perrita Binta. Hace pocos días mi padre la llevó a pasear y regresó a casa si ella. Lo ocurrido fue que estaban en el campo y ella iba paseando libremente. Cuando mi padre la llamó para marchase, se dio cuenta que tenía toda la cara exageradamente inflada y las pupilas muy dilatadas. Obviamente, algo no iba bien, así es que decidió llevarla al veterinario. Al llegar allí los síntomas iban de mal en peor. Seguía el hinchazón facial, la dilatación de las pupilas, además estaba aturdida e incluso le fallaban las patas (perdía fuerza). Se la tuvieron que quedar hospitalizada en el centro veterinario, en observación, porque también se le estaba hinchando la lengua corriendo el riesgo, si seguía igual, de quedar ahogada con su propio músculo. Estuvo en observación durante toda una noche para ver cómo respondía a los medicamentos.

Pero ¿A qué era debido todo aquello, con tan rápida reacción? El veredicto del veterinario fue que probablemente el causante de todo era un sapo. Al ingerir o simplemente tocar una determinada especie de éste anfibio ocasiona una reacción como la descrita, especialmente nociva en perros y gatos. Por lo visto ciertos tipos de anfibios tienen como medida defensiva hacia sus posibles depredadores unas glándulas en su piel que liberan ciertas toxinas. Estas toxinas, que actúan sobre el sistema nervioso, pueden causar alucinaciones, paros cardíacos o incluso la muerte. Nos dijo que en lo que iba de semana al menos habían tenido cuatro casos similares y todos habían respondido bien al tratamiento, así es que no teníamos por qué preocuparnos. Esto ocurrió al anochecer y al día siguiente, por la mañana, ya estaba de nuevo en casa totalmente recuperada.

Que mi perra coma lo que no debe no es un hecho inusual. Todo lo que encuentra debe pasarlo por la boca e incluso ingerirlo. Pero ésta vez sostengo que no fue fruto del azar. Creo que ella, en el fondo, es una romántica y vio en el repugnante sapo su príncipe azul. Tal como cuenta la leyenda, procedió a besarlo pensando que así quedaría liberado de la maldición y recuperaría su apuesta figura. El caso es que en esta ocasión casi ocurre lo contrario: siendo ella convertida en sapo (yo no la vi con la cara deformada, pero mi padre dice que más bien parecía que iba a transformarse en anfibio). Por si a caso su dueña (yo) toma nota, así es que NADA DE BESAR SAPOS/RANAS PARA ENCONTRAR PRÍNCIPE AZUL ;-).


http://www.youtube.com/watch?v=VLJ4JNqtoTQ
Sigan el link para eschuchar la canción de Joan Manuel Serrat "La Rana y El Príncipe"

lunes, 28 de marzo de 2011

Fallecidos Desconocidos y Desapercibidos Desaparecidos.

Hoy les voy a hablar de dos situaciones un tanto peculiares. La primera tiene que ver con fallecidos desconocidos y su poder de convocatoria desde el más allá. La segunda trata sobre el riesgo de pasar por individuo desapercibido (discreto); el cual un día puede desaparecer sin que nadie se percate de ello.

Empecemos por los fallecidos desconocidos y su extraño poder de convocatoria. Quien quiera reunir familiares, amigos, conocidos, desconocidos e incluso enemigos en un mismo lugar y momento, lo mejor que puede hacer es morir. Cuanto más joven sea el protagonista, mayor audiencia. Así es, amigos, por cruel que pueda parecer. Ni siquiera celebraciones tales como bodas, comuniones, nacimientos y bautizos tienen tanto poder de reunión.

Hace meses (yo creo que superamos el año) que intentaba quedar con una compañera de trabajo. Para nada en especial, pues tiempo atrás trabajamos juntas en otra oficina y mantenemos buena relación. Así es que el encuentro era simplemente para hablar, tomar un café y actualizarnos sobre nuestras respectivas vidas.

Por fin conseguimos el tan esperado meeting y… ¿saben en qué lugar? En un tanatorio, velando los restos mortales del padre de otra compañera de trabajo; un señor al que, por otro lado, no conocí en vida y, por supuesto, mucho menos sin ella. Murió por causas naturales, por aquello de la Ley de Vida: pues el hombre tenía ya 84 años. Pero la situación no deja de sorprender si lo contemplamos de una forma objetiva, en la distancia: dos personas buscan reunirse durante tiempo y el único motivo que tiene poder suficiente para conseguirlo es un tercer individuo sin vida al que ninguna de las dos conoció. Explicado de ese modo no deja de ser curioso, ¿no les parece? Otra curiosidad: en el mismo sitio, en el tanatorio, me presentaron otras dos trabajadoras de la misma empresa a las que, después de casi tres años, nunca antes había conocido y si no nos llega a presentar la hija del ya famoso fallecido, apenas les hubiera dirigido la palabra. Y créanme, el lugar donde trabajo no es tan grande como para no conocer a los otros compañeros (por lo menos los que están en la misma ciudad, como es el caso).

No es que el individuo en cuestión fuera muy popular o famoso, pero quién sabe, tal vez como última voluntad es concedido un poder de convocatoria extraordinario e inexplicable.


Pasemos a la segunda historia. Vivo en un edificio no demasiado grande (unas 20 viviendas) en el que todos nos conocemos. Siempre he vivido en el mismo lugar, desde que nací, a excepción del tiempo en que he estado temporalmente estudiando fuera. Digamos que la tasa de rotación de vecinos es muy baja, así es que la gran mayoría hace tanto o más tiempo que viven en el mismo edificio; no ha habido muchos cambios ni nuevas caras. En un lugar así, como el descrito, resulta más o menos fácil mantenerse al corriente de lo que hace o deja de hacer el próximo. Más aún teniendo en cuenta que la media de edad es bastante elevada, con lo cual muchos son jubilados que tienen bastante tiempo libre (o que, por lo menos, no pasan la mayor parte de su jornada en el trabajo).

Hace algunas semanas estaba en un bar tomando un exquisito zumo natural de mango, fresa y coco con una amiga. Me encontré con una vecina: una mujer de unos cincuenta años, casada y con un hijo de mi edad. Ella también estaba tomando algo con un individuo, aunque no su marido. En una sociedad moderna, esto no tiene nada de extraño. Todos somos libres de estar tranquilamente en un bar tomando algo con una persona del sexo opuesto sin que ello tenga que dar lugar a malas interpretaciones.

Así es que para nada esta situación me llamó la atención. Sin embargo, algo ocurrió después de que muy amablemente la señora se despidiera de mí y caminaran los dos juntos hasta alcanzar la calle. Ni siquiera había seguido sus pasos hasta llegar a la puerta de salida. Estaba inmiscuida en una conversación que no recuerdo con mi amiga, cuando entonces miré por azar la puerta de cristal que daba al exterior y vi cómo el señor que acompañaba a mi vecina le pasaba la mano por los hombros en una actitud que denotaba algo más que amistad. Un sólo gesto que me hizo reflexionar. Paré inmediatamente la charla y le expliqué a mi amiga el motivo.

No me interesa en absoluto la vida de mis vecinos. Pero es de aquellas cosas como el fútbol en mi país: por más que no quieras saber de ello te acabas enterando de cómo van en la liga, los jugadores de cada equipo y casi la vida personal de los mismos. Resulta imposible mantenerse al margen, y quién diga lo contrario debe ser porque está al margen de TODO. Así es que, por lo menos, sé quién es pareja de quién (aunque a estas alturas aún a veces me confundo y no recuerdo exactamente en qué piso que viven; entonces me avergüenzo de ello en el ascensor, cuando no sé qué botón apretar y finalmente tengo que preguntar).

Bien, de la vecina en cuestión recordaba que seguía viviendo con su marido y su hijo. Pero ante la escena descrita, luego empecé a pensar que hacía tiempo que no veía a su esposo. El marido era un individuo muy, muy discreto. Lo recuerdo siempre con el mono de trabajo azul metálico. Un hombre de baja estatura, pocas palabras y que dejaba siempre mucho humo en el ascensor (debido a su adicción al tabaco). Pero, ante todo, muy discreto. A veces se escuchaban discusiones desde el patio de luces pero las voces siempre eran de la madre y del hijo; el marido nunca levantaba la voz. El caso es que al llegar a casa lo primero que hice fue preguntarle a mi madre (ella siempre está mucho más al corriente que yo sobre estos temas). Ya no era una cuestión de morbo, la curiosidad era motivada por algo así como ¿qué es de aquél vecino? ¿Es posible que ya no viva aquí? La misma sorpresa se llevó mi madre al contarle lo ocurrido. A pesar de mantenerse mucho más actualizada que yo, ella tampoco sabía nada y se hacía la misma pregunta que yo. “Al decir verdad”, me dijo, “es cierto que hace tiempo que no lo veo”.

Por fin resolvimos el enigma y la llave nos la dio mi padre: “Éste individuo hace por lo menos tres años que se separó de su mujer y el mismo tiempo que no vive aquí”. Es curioso que hoy en día tenemos herramientas llamadas “redes sociales”, tales como Fecebook, Twitter y muchas más, que nos permiten mantenernos actualizados sobre las vidas de muchas personas con las que tal vez una vez mantuvimos contacto y tal vez jamás volverá a ocurrir; u otras a las que ni siquiera conocemos pero si queremos podemos llegar a saber a diario sobre su vida. Y pueden, todas ellas, estar repartidas en distintos lugares del planeta. Sin embargo, un vecino discreto con el que has “convivido” durante años un día puede marchase y no enterarte hasta pasados unos años. En fin, paradojas de la vida: tan cerca y a la vez tan lejos.

jueves, 17 de marzo de 2011

Nosotros los humanos: nuestro mejor enemigo

Esta vez no se trata de una atentado terrorista; esta vez Al Qaeda no es protagonista. Los daños humanos y materiales sufridos son muchos y muy superiores a los causados por cualquier organización terrorista. Y esta vez no es una sola, sino numerosas en los últimos años. Tsunamis devastadores (Océano Índico, 2004; Japón 2011); Huracanes mortíferos (Katrina, 2005); Terremotos (Haití 2010). La culpable: nuestra querida madre naturaleza. Ella, como todas las madres, responde enfadada cuando el niño se porta mal. No se trata de los fenómenos naturales en sí, porque han existido y seguirán existiendo, sino por la brutalidad con la que han sobrevenido todos ellos y la frecuencia: han tenido lugar en la última década.

A menudo nos resulta sencillo y práctico movernos por dicotomías: bueno o malo; blanco o negro; sí o no; culpable o inocente; amigos o enemigos, etc. Sin términos medios. En las películas, por ejemplo, identificamos quién es el bueno y quién el malo. Es un punto esencial de partida para entender el contenido: posicionarnos con alguno de los dos actores. Incluso si existen varios grupos uno siempre será mejor que los otros. Entonces será: mi favorito y el resto. También ocurre en la política: el partido con el que simpatizamos es el bueno y los demás, son malos. Y, ¡Cómo no! Déjenme nombrar la dualidad por excelencia en este país: el futbol (no hace falta nombrar a los dos protagonistas). Los que se mueven por dicotomías frecuentemente no saben valorar una buena aportación o idea si procede del contrario. Su celebro es algo así como el sistema binario de un ordenador: 1= bueno; 0= malo. Pero tiene algunas comodidades: una vez se ha identificado el enemigo, se puede culpar a él de todos los males y de este modo se descarga tensión, quedando la conciencia más tranquila.

Por ello, volviendo al tema en que me refería al inicio, ante un atentado terrorista tenemos a un culpable, alguien a quién señalar, a quién juzgar y condenar. Podemos centrar todos nuestros esfuerzos en su búsqueda y captura, aunque ésta sea larga y penosa. Aunque para conseguirlo debamos utilizar medios no del todo éticos, aunque tengamos que mentir. Porque, al fin y al cabo, lo que importa es capturar al enemigo. Un ejemplo de ello es la estrategia utilizada por USA en la búsqueda de Sadam Hussein. Pero, ¿qué ocurre cuando no tenemos a quién señalar?; ¿qué pasa cuando no existe enemigo?. O mejor, ¿qué sucede si el enemigo está en casa?; ¿Somos capaces de aceptar que nosotros mismos, con nuestras actuaciones, somos nuestro peor adversario?.

Y de la nada ya hemos bautizado al malo: la madre naturaleza. Pero ésta no hace más que responder a nuestras propias acciones, así que forma parte de nosotros. Como cuerpo y alma. E aquí otro dualismo: el del filósofo Descartes. Cómo el cuerpo puede afectar o ser afectado por el pensamiento no puede ser comprendido. Está más allá de nuestra capacidad de comprender cómo lo físico y la mente están unidos. Pero sí sabemos que existe mutua interacción, existe una causa-efecto.

¿Y cuáles son estas actuaciones, estos comportamientos que tanto molestan a nuestra Madre? Pues las conocemos sobradamente: contaminamos, contaminamos y no dejamos de contaminar el medio ambiente. Tenemos la buena intención de cambiar esa mala actitud, y por ello no dejamos de firmar falsas promesas, apócrifos, declaraciones de buenas intenciones o como les quieran decir a los numerosos Tratados y Protocolos (Kyoto) firmados por todos los países o la mayor parte de ellos. Decimos: “Sí, mamá, no volverá a pasar” y volvemos a repetir lo mismo.

En fin, señores y señoras, está en nuestras manos cambiar ésta fatídica tendencia. Es momento de reflexión, de madurar. Dejemos que el niño crezca de una forma saludable.

martes, 1 de marzo de 2011

De mutuas y oportunistas

A principios de año llamé a la Clínica Dental i Ortodoncia de la Dra X con el objetivo de concertar una cita para una simple limpieza bucal. Lo primero que me preguntaron es si estaba vinculada con alguna mutua o acudía como particular. Obviamente, mi respuesta fue “mutua”. “En tal caso, la cita será, como mínimo, hasta dentro de un mes”. También me pusieron límites bastante rígidos en las horas para concertar visita. Me parece comprensible que procuren por su negocio y que discriminen, hasta cierto punto, entre sus clientes particulares y los que proceden de mutuas. Aunque un mes de espera para una limpieza bucal me parece excesivo, asumí la fecha con resignación. Sobre todo, si tenemos en cuenta que uno de los primeros motivos por los que la gente contrata mutuas es ahorrarse el tiempo de espera que caracteriza los servicios públicos de la Seguridad Social.

Continuemos. Llegó el día de la esperada cita y acudí al centro. Primero me hicieron pasar un tiempo a la sala de espera. El especialista que me atendió me dijo que tal vez no sería posible realizar la limpieza en una sola sesión. Sin explicaciones. Una vez más, me sorprendió. Confieso que no soy un caso excepcional y dudo que requiera más tiempo de lo habitual. No es una valoración subjetiva, está basada en experiencias anteriores, puesto que no era la primera vez que me sometía a esto. Sin más, efectivamente terminó la limpieza de la parte inferior y me mandaron de nuevo a la recepción. Allí les hice entrega de la tarjeta de la mutua, para que pudiesen cobrar sus servicios prestados y pedir nueva hora. Miraron su agenda para darme cita una semana más tarde. No era posible: demasiado lleno. Así es que buscaron una semana más allá. Esta vez, sí hubo suerte. A continuación me hicieron pasar de nuevo a la sala de espera porque, por lo visto, tenían problemas de comunicación con la mutua. Sin resolver el caso, tomaron mis datos, me entregaron de nuevo la tarjeta y me dijeron que si había algún problema contactarían conmigo.

Mientras salía de la clínica no dejaba de pensar en lo absurdo de la situación: un mes de espera para una simple limpieza bucal que se acababa de convertir en dos sesiones, con un intervalo de dos semanas. En estas dos semanas comenté la peculiar situación con familiares y compañeros de trabajo que comparten la misma mutua. A nadie le parecía normal. Un compañero me alertó diciéndome que tal vez lo hacían para cobrar dos veces. Buena observación, porque esto no lo había contemplado. Que me tachen de ingenua, pero me gusta pensar en aquél término al que se refieren a menudo los juristas sobre el “principio de buena fe”. Esto es una “conducta recta u honesta en relación con las partes interesadas en un acto, contrato o proceso”. Así es que no le di mayor importancia, aunque guardé la observación en la retaguardia.

Pasadas dos semanas, me dirigí de nuevo a la clínica. Otra vez el mismo protocolo: “pase Ud a la sala de espera”. Esperé y cuando me tocó el turno y pasé por delante la recepción les pregunté (más bien quería constatar porque daba por supuesto que la respuesta iba a ser negativa) si me iban a “cobrar” la sesión, argumentando que, de hecho, era la segunda parte de una primera visita incompleta que había comenzado dos semanas antes. Su respuesta fue el colmo. Sí me iban a tener que cobrar el servicio porque, in facto, lo acababan de mirar en el convenio con la mutua y, por lo visto, lo iba a tener que pagar yo. Entonces, aun sabiéndolo y sin decirme nada (tres personas estaban presentes en aquél momento en la recepción tratando sobre el tema), pretendían hacerme entrar, acabar por fin lo inacabado y encima cobrarme por ello! ¿Pues no tendría que cobrar yo por las molestias causadas? Sin más, mi respuesta fue que me lo podían haber dicho antes y me largué.

Con todo, quiero destacar que no era la primera vez que asistía a dicha clínica, sino la segunda. En la primera ocasión no tuve ningún problema: limpieza en una simple sesión y sin tan larga espera.

domingo, 27 de febrero de 2011

Y colorín colorado este cuento se ha acabado

Tengo una taza de té en el pueblo de la costa donde habita mi abuela. No es una taza cualquiera: es mi taza de té. La adquirí hace unos diez años en una tienda y no por tener nada especial. No es que sea muy bonita, aunque sí práctica y, con los años, incluso le tengo cierto cariño. Sin embargo, en aquél momento buscaba un recipiente y, por cosas del azar o no, fue mi elección. Algo en ella sí me llamó la atención. Había muchas a escoger pero todas tenían algo en común: los signos del zodíaco. Y bien, puestos a elegir, me incliné por el mío: capricornio. No soy muy seguidora o aficionada a esto de la astrología, si bien lo respeto e incluso últimamente, como bien sabéis, he tenido alguna experiencia más allá de leer la sección del diario que trata sobre ello: una en Italia (fatídica, por cierto); la otra en México la cual, si realmente se cumple el pronóstico, el futuro me va a ser muy favorable.

Continuando, cada vez que bebo el té no puedo dejar de leer lo que hay escrito en ella: en unas ocho palabras, ahora no recuerdo bien, define los rasgos más relevantes de mi signo. Me sorprende porque realmente los acierta, cada uno de ellos forman parte de mi personalidad. Dejad que los cite: ambitieux (en el buen sentido, creo), prévoyant, prudent, patient, responsable, persévérant. Como habréis notado, mi taza es francesa. Y deberéis perdonarme pero a pesar de que lo he leído miles de veces, me dejo alguno. Lo de memorizar, es una de mis muchas batallas perdidas. Nunca he sido capaz de memorizar la letra de una canción, por más que me gustara, ni siquiera saber tocar con el piano una partitura de memoria.

Voy a referirme a dos de estos elementos para explicar lo sucedido. “Prévoyant et Prudent” (previsor y prudente). Estos son dos de los rasgos que definen mi personalidad y no sé si considerarlos como algo positivo o negativo. Negativo, en el sentido de que medito muchísimo las cosas antes de tomar una decisión: valoro todas las posibilidades y consecuencias de mi actuación. Esto a menudo ralentiza muchísimo cuando tengo que tomar una determinación. Pongamos un ejemplo: mi insatisfacción crónica y bien conocida por mi trabajo y, a pesar de ello, continúo en él (sin haber nada que me ate). Otra: no quisiera estar viviendo aquí en estos momentos, ni siquiera en mi país y, a pesar de ello, continúo arraigada en él. Y bueno, a estas alturas del relato os estaréis preguntado: ¿a qué viene todo esto? Y mi respuesta es “patience” que, por otro lado, es otro de mis rasgos distintivos ;-).

En el viaje a Paris os dije que yo nunca había querido preguntar o hablar directamente sobre “el después” con Simon. El motivo: porque me resultaba algo violento tratar sobre el tema puesto que yo sabía muy bien lo que sentía, pero desconocía por completo su opinión y, en estos casos, resulta difícil dar o recibir un “no” por respuesta. Por “dar o recibir un no” me refiero a un “no quiero volver a verte”; “no me ha gustado la experiencia”, etc…dicho con mayor o menor sutileza pero, en definitiva, el significado es el mismo. Sin embargo, si los dos sentíamos lo mismo, la felicidad era completa. Y en tal caso, comienzan las ilusiones sobre algo completamente embrionario pero, en fin, la imaginación comienza a brotar. Pero mi “prudencia y previsión” y también mi naturaleza a menudo pesimista y mentalidad racional ya se ocupan de crearme una coraza y hacerme tocar de pies al suelo. Sabía lo que conllevaría, por mi parte, el hecho de que me dijera que sentía lo mismo que yo. Suponía quebrar un poco esta coraza y dejar volar un poquito mi imaginación de un embrionario proyecto en común. Por todo esto, por temor, no quise tocar el tema. Sin embargo, pocos días después, fue él quien se refirió y me dio a conocer su postura. Incluso me propuso fechas para el nuevo encuentro.

Bien, de la misma manera que él tomó la iniciativa en aquél momento, también la ha tomado ahora. Pero esta vez ha sido para decir todo lo contrario. No me mal interpretéis, no es que se arrepienta de nada, todo lo contrario, pero se dio cuenta de la realidad: los 1500Km que nos separan, la dedicación y vocación por su trabajo y las dificultades que todo ello conlleva. Una realidad de la que yo era muy consciente desde el principio, (recordad, por aquello de la prudencia y previsión…).

A pesar de mi “racionalidad”, por razones del destino, quién sabe, la vida me ha rodeado de historias similares, incluso mucho más complicadas, que han acabado con “final feliz”. Por supuesto, un ejemplo de ello sois Soraida y Jason, pero también mi amiga Argentina Belén y español Jorge (con la que compartí piso estando en Barcelona: ahora están casados y viven en Berlín); o también Lidia (from Ecuador, también compañera de piso en Bcn) felizmente casada con el español Eduardo y viviendo en Quito. Todas ellas fueron historias complicadas en su momento y, sin embargo, han acabado bien. Y otras muchas similares que ahora no me voy a parar a contar. Todo esto os lo digo porque, ni mucho menos mi meta era llegar al altar jajajaja Faltaría más! Mis ilusiones no llegaron tan lejos! Pero sí en algo más: otro encuentro, por lo menos.

Todo se reduce a ver el vaso medio lleno o medio vacío: 1.500Km se traducen en menos de un par de horas en avión, lo cual, no es demasiado (sobre todo si lo comparamos con la distancia entre Bcn—Mex). Pero desde el momento en que una de las partes comienza a ver sólo los inconvenientes ya no hay nada que hacer. Así que bueno, no puedo negar que fue bonito mientras duró y que lo vivido tanto en México como en París ha sido una experiencia exquisita. Eso sí, espero no tardar otros 26 años en encontrar a alguien que me resulte interesante…

No puedo dejar de admitir que me siento dolida y el motivo es que hubiese preferido que después de Paris ya todo hubiera terminado. Sin mensajes que propusieran otro contacto posterior. No lo culpo por lo que argumenta; es más, incluso lo entiendo. Solo que lo hubiera debido pensar antes de actuar. Es cuestión de medir las palabras antes de dejarlas ir, por lo que pueda conllevar. No he tenido el valor suficiente de decirle todo esto en mi respuesta, a pesar que dejé pasar un día de reflexión, antes de contestar. Esta vez fui muy breve: de agradecimiento por todo lo pasado y de suerte en su vida personal y profesional.

Siento la extensión, pero por ser mi "diario" os tocó la versión larga. Por otro lado, una ventaja del lenguaje escrito es que el receptor del mensaje puede dejar de leerlo u omitir ciertas partes sin que el interlocutor se entere ;-) así es que queda a vuestro criterio…. Como a mí me gusta escribir, cubre dos facetas: me divierto y, esta vez, me alivia.


Así es que jamás se produjo el reencuentro tan esperado por mi parte. Pensaba que una nueva etapa de la vida se abría ante mí; un nuevo estadio en el que era posible añadir un nuevo sentimiento: “el amor”. Pasó un mes exacto desde el viaje a Paris hasta el mensaje que recibí cuya esencia significaba terminación. El fin de una ilusión; nada más. Desde que nos conocimos nos habíamos escrito a diario. Por mi parte siempre había algo que contar, siempre hay una anécdota en el día; una opinión sobre una noticia, un pensamiento, una pesadilla... A pesar de la dificultad que me suponía escribir en otra lengua y del largo tiempo que dedicaba a ello. Ahora que lo pienso en la distancia, me doy cuenta que esto no era recíproco. Si bien es cierto que siempre había una respuesta a mis mensajes por su parte, el contenido denotaba cierta dejadez y poca dedicación. Sus respuestas solían ser breves, con algunas excepciones. Me resulta extraño porque tengo muy presente el momento de la despedida en el tren, en Paris. Ya expliqué que jamás hablamos del “después” en aquellos pocos días. Sin embargo, al despedirme de él tuve la sensación que nos volveríamos a ver. Es curioso, porque esta sensación aún perdura.

Erase una vez...

Siéntate cómodamente y tómate un tiempo de relax. Te voy a contar los detalles de esta increíble aventura llena de obstáculos… fechas, huelgas, nieve, trenes, aviones, cambio de planes de última hora, compañeros implicados, favores, mentiras “piadosas”…

Erase una vez un holandés y una española que coinciden en una boda en México de unos amigos en común. Pasan unas horas estupendas y deciden encontrarse de nuevo en un lugar de Europa. Entonces suceden múltiples inconvenientes que dificultan el reencuentro:

“Fechas”: Desde un principio tuvimos problemas para ponernos de acuerdo con las fechas, por ello nos demoramos tanto en quedar. Pero al fin encontramos el fin de semana adecuado y reservamos.

“Huelga de controladores aéreos”: Cuando ya se acercaba la esperadísima cita (una semana antes de partir) a los controladores aéreos de mi país se les ocurre hacer huelga, provocando de este modo el colapso total del país. El lunes 6 y el miércoles 8 de diciembre fueron días festivos en España (con lo que mucha gente aprovechó para viajar) y los controladores empezaron la huelga el viernes 3 de diciembre. Además, no era una huelga programada. No habían avisado y se podía extender por tiempo indefinido. Las consecuencias fueron nefastas: miles de personas esperando en los aeropuertos; todos los vuelos cancelados, etc. Por suerte, el gobierno actuó con rapidez: instalaron parte de los militares en los aeropuertos y sancionaron a los controladores (por no haber avisado y provocar el caos). Mucha gente ha resultado perjudicada.

“Nieve”: Una vez solucionado el problema de los controladores y acercándonos aún más a la fecha, surgió el obstáculo de la nieve. Yo debía partir el viernes en avión, por la noche, y a medida que se acercaba el día la cosa iba de mal en peor. Los aeropuertos de Paris cerrados y los trenes también llegaron a suspender el tráfico durante unas horas, o bien sufrían importantes retrasos.

“Mentiras piadosas”: Con todo, hacía más de un mes que tenía la reserva de avión y aún no les había dicho nada a mis padres. No sabía qué excusa inventar para la escapada del fin de semana. Además, resultaba algo sospechoso porque justamente el año pasado ya estuve en Paris… Al fin dije que había encontrado una súper oferta y no me lo había pensado. Además, este año ha sido un poco abusivo en cuanto a viajes: Holanda, Italia (x2), México y ahora Paris. Avisé a penas unos días antes de partir.

“Compañeros implicados y favores”: Lo cierto es que existe muy buena relación con mis dos compañeros de trabajo y ambos conocían nuestra historia. El pasado jueves, justo antes de partir, les comenté que la cosa estaba muy mal por el tema del tiempo. Simon también lo tenía complicado desde Ámsterdam, por la misma razón. Nos escribimos un email, el mismo jueves, coincidiendo en que no íbamos a cancelar nada de forma prematura, sino que íbamos a probar de llegar de cualquier modo (a tiempo o con retraso) aun sabiendo que corríamos el riesgo de que uno de los dos, o ambos, no pudiéramos viajar. Si al fin sólo uno de los dos podía llegar, pasaría el fin de semana solo en Paris (no es la primera vez que viajamos solos…).

Entonces surgió la idea: mi jefa me sugirió (casi me obligó!) a comprar un nuevo billete y partir con el tren de alta velocidad desde Perpiñán (es una ciudad que está en la frontera entre España y Francia). Era más seguro desplazarme en tren, porque el riesgo es menor. El trayecto: casi 6 horas. El inconveniente era trasladarme hasta Perpiñán, porque los horarios de bus hasta allí son bastante malos. Pero hasta en esto tuve suerte. Una vez más: ¡gracias a mi jefa! Sus padres tienen un negocio de muebles y uno de los empleados debía ir el viernes por la mañana a Perpiñán. Así es que el mismo día me fui al trabajo con la maleta de viaje y al poco rato el empleado me vino a recoger a la oficina. Increíble! Además, mi jefa me dio el día libre. Mis dos compañeros estaban casi tan implicados como yo. Ansiaban saber el desenlace final!

“Desenlace con final feliz ;-)” Incluso problemas en el tren de camino a Paris. En Montpellier tuve que cambiar de tren. No sé el motivo, pero la cuestión es que faltaban vagones, así es que había overbooking y algunas personas debían permanecer de pie. Por suerte, yo tuve asiento todo el trayecto. Finalmente llegué a Paris sobre las 6 de la tarde y una hora más tarde estaba en el hotel. Simon llegó sobre las 12 de la noche. Y bueno, el resto ya te lo puedes imaginar… ;-)

De visita, estuvimos prácticamente en los mismos lugares que vi el año pasado: Notre-Dame, Louvre, Bastille, Arc de Triomphe, Champs Élysées, Tour Eiffel (por fuera), Sacré Coeur, Panthéon, la Sorbonne, le Moulin Rouge, Montmartre, Cementière du Pére- Lachaise… Entre visita y visita, disfrutando de buenas comidas y cafés en lugares preciosos!

Nunca me había ocurrido algo así! No me canso de decir que ha sido increíble! Cuando algo se hace esperar y resulta difícil de conseguir, luego la recompensa es mejor. Además, él ha tenido muchísima paciencia conmigo y mi patético inglés... Lo cierto es que ya sabes que nunca tengo noticias sobre novios, amigos especiales, etc. No es que no quiera contar, sino que la parte sentimental en mi vida habitualmente brilla por su ausencia ;-) Hasta ahora…

Bueno, hay más anécdotas. Una vez más, mi móvil falló. El día antes habíamos probado de enviarnos mensajes y todo parecía estar bien. Yo recibía los suyos y él los míos. El problema empezó una vez llegué a Francia. Durante el trayecto en tren, Simon me envió un mensaje y como siempre (lo mismo que me ocurrió en México) ¡no podía responder! Pensaba que no podría contactar con él hasta llegar a Paris… Me envió otro sms para preguntarme si me había ocurrido algo, porque no había contestado. Entonces intenté llamar y sí pude efectuar la llamada. En México ni siquiera podía llamar, sólo recibir llamadas y mensajes. Esta vez, por lo menos, pude llamar y explicarle qué sucedía.

Una vez en el hotel, Simon me llamó justo cuando me encontraba en el ascensor, subiendo para la habitación. Tuvimos problemas de cobertura y la llamada se cortó. Pensé en esperar unos minutos, llegar a la habitación, descargar el equipaje y llamarlo de nuevo. Pero mi sorpresa fue cuando abrí la puerta… ¡había maletas y ropa! Me entró la risa cuando bajé a contárselo al recepcionista. ¡Con todo lo ocurrido, sólo hubiera faltado que encima nos quedáramos sin habitación de hotel! Jajaja Pero se solucionó rápido. Por suerte fue un error de ellos: me habían dado la habitación equivocada.

Y la primera vez que nos vimos… Me llamó el tipo de la recepción a la habitación para avisarme de que mi “boyfriend” había llegado. Entonces tuve que bajar a buscarlo porque yo tenía las dos llaves. Y bueno, fue un saludo tímido pero también especial. No me acordaba de los 3 besos típicos de Holanda! Así es que fueron 2 y al tercero retiré la mejilla. Suele ocurrir… ¿Te das cuenta de que cuanto menos cálido es el país más besos se dan? En Holanda 3 y tienen fama de tener carácter frío (aparte del clima)! Sin embargo, países latinos, más calientes, como México o España sólo 1 y 2… Tres en Holanda, 2 en España, 1 en México. Al final no te aclaras! Estas cosas deberían estar estandarizadas para evitar hacer el ridículo.

Luego subimos a la recepción para descargar el equipaje y decidimos ir a tomar algo en un lugar cercano. Mojitos y Caipiriñas (para ir entrando en calor).
Los temas de conversación han sido bastantes y variados.

Pero no hablamos del “después”. Me resultaba un poco violento. Ante estas situaciones, preguntar directamente con la persona delante puede resultar algo incómodo. Obviamente, si existe interés por ambos lados, no hay problema alguno. Al contrario, es pura felicidad. El inconveniente surge si este sentimiento no es recíproco. En tal caso no es demasiado agradable tener que dar o recibir un “no” por respuesta. Así es que preferí no tocar el tema.

Pero justo una semana después recibí un mensaje hablando sobre el tema. Parece que los dos sentimos lo mismo!!!! Así es que va a haber nuevo reencuentro!!! Estoy emocionadísima y no me lo puedo creer!

viernes, 25 de febrero de 2011

Cenicienta en Madrid

Se me acabaron las “mini-vacaciones”. Mi estancia en Madrid resultó entretenida y, a la vez, anecdótica. Cuando voy a la capital siempre me convierto en Cenicienta por unas horas. Ahora aclaro la afirmación. Voy allí por trabajo y la empresa me paga tanto el transporte como el alojamiento. Pero, obviamente, durante el tiempo que dura el curso. Así es que en este caso, que el curso era de un día (el jueves) sólo me pagaron la noche del miércoles a jueves. El resto, las tres noches adicionales, las costeé yo. El hotel que me proporciona la empresa suele ser de 4 ó 5 estrellas ubicado muy cerca del centro de formación, en pleno centro de Madrid. Pero llega un momento en que la carroza se convierte en calabaza, y de ahí lo del cuento de la Cenicienta. Así es que desde el momento que dejo el hotel de lujo y me voy a la pensión de apenas una estrella desaparece toda suntuosidad.

Eso no es problema para mí. Casi os diré que me siento más cómoda en la pensión que en un hotel con habitación y cama de dimensión enorme (para lo que estoy acostumbrada), con muchas sofisticaciones y en el que hay que guardar las maneras en todo momento. Cuando hago una reserva de hotel/pensión sólo pido unos mínimos, eso sí, imprescindibles: higiene y tranquilidad. Del resto puedo prescindir, porque sé que voy a pasar en él el mínimo tiempo posible: es decir, lo justo para dormir, y lo que queda del día voy a estar disfrutando del lugar, de visita. Con lo cual, no necesito ningún tipo de lujos y tampoco me importa la dimensión de la habitación. Y todo ello se reduce a fijarme en sólo un aspecto: el precio. Aunque en un par de ocasiones he pagado lo menos posible pero me ha resultado caro. Esto me ocurrió en NYC y también este fin de semana pasado.

Esta vez, el hostal estaba bastante bien ubicado. Había hecho la reserva por Internet, apenas unos días antes. Cuando llegué, la persona de “recepción” (si es que se puede considerar recepción porque apenas había nada que lo hiciera pensar), me llevó a otro edificio ubicado enfrente del museo del Prado. Sabía, por comentarios que había leído en Internet (no todos buenos), que los mismos dueños son propietarios de varios edificios y, según la disponibilidad, te proporcionan uno u otro. Todos están ubicados, más o menos, en el mismo barrio. Los comentarios que leo en Internet no siempre son oportunos. Siempre encuentras de buenos y de malos, así es que es difícil de valorar sin haber experimentado antes y crearte tu propia opinión. Hay gente que piensa que pagando lo mínimo va a encontrar un hotel de lujo. Uno tiene que ser realista y darse cuenta de que si has comprado lo más barato tiene que ser lo más sencillo. A mí, mientras respecten los mínimos (limpieza y tranquilidad) me doy por satisfecha.

Continuando con esta historia, llegué al otro edificio, que es donde debía efectuar el pago. Mi sorpresa fue al abrirse la puerta. Deberíais haber visto el tipo (supuestamente el propietario) del hostal. Nada que desperdiciar en su aspecto. El señor era algo obeso y su indumentaria era de ropa deportiva. Tenía una espesa barba grisácea que le llegaba hasta el pecho. Y gafas de sol en un lugar cerrado y más bien oscuro! No podía dejar de observarlo. Bueno, pagué lo que debía, me dieron una bolsa con toallas, las llaves y me enviaron de nuevo al otro edificio. Cuando llegué, no podía abrir el portal. Estuve como unos diez minutos intentándolo hasta que al fin pude entrar cuando una vecina salió del edificio.

La primera noche la pasé en una habitación supuestamente de 4 personas (aunque sólo la ocupaba yo). Al día siguiente me cambiaron a otra. No hubo ninguna incidencia esa primera noche.

El problema se encuentra en la segunda. A un individuo borracho no se le ocurrió otra cosa que permanecer toda la noche con el dedo enganchado en el timbre del hostal y gritando. Al final los vecinos tuvieron que llamar a la policía. Normalmente no tengo problemas para dormirme. Incluso esta vez, a pesar del ruido, estaba medio despierta: no sabía si era una pesadilla o estaba ocurriendo de veras y tengo un vago recuerdo de las voces. Pero evidentemente, había sido tan real como la vida misma y al día siguiente lo constaté preguntando a otros huéspedes del hostal y a la supuesta “recepcionista”. Ella se limitó a decirnos que el problema había sido un tipo borracho, un huésped del hostal, que se había dejado las llaves o algo así. En fin, en parte también era responsabilidad del hostal resolver esta patética situación y no hicieron nada para solucionarlo. Tuvieron que ser los vecinos los que finalmente llamaron a la policía.

Tampoco hubo problema en la tercera y última noche. Pero el domingo, cuando dejé la habitación, le pregunté a la “recepcionista” si me podía guardar la maleta por un par de horas. Su respuesta fue negativa. En aquel momento me dieron ganas de decirle que me devolviera el dinero de la noche que no pude conciliar el sueño con tranquilidad, pero no quise acabar mis cortas vacaciones de mal humor. Hay otras formas de castigo: es lógico que jamás voy a volver allí y tampoco lo voy a recomendar a nadie. Por cierto, Hostal Castro es su nombre y está ubicado en la calle de León.

Mi madre me dice que esto me pasa por comprar cosas “tan baratas”. Yo pienso seguir en mi línea: no siempre ocurre lo mismo.

El resto del viaje fue genial: estuve en el Prado, de nuevo en el Parque del Retiro; visité San Lorenzo de El Escorial (a las afueras de Madrid); también un local de música jazz en directo y un bar en el que todo era hielo (excepto el suelo) y en el que apenas pude aguantar cinco minutos.

Ya preparo las próximas visitas para cuando me vuelvan a convocar de nuevo a un curso ;-)