jueves, 17 de marzo de 2011

Nosotros los humanos: nuestro mejor enemigo

Esta vez no se trata de una atentado terrorista; esta vez Al Qaeda no es protagonista. Los daños humanos y materiales sufridos son muchos y muy superiores a los causados por cualquier organización terrorista. Y esta vez no es una sola, sino numerosas en los últimos años. Tsunamis devastadores (Océano Índico, 2004; Japón 2011); Huracanes mortíferos (Katrina, 2005); Terremotos (Haití 2010). La culpable: nuestra querida madre naturaleza. Ella, como todas las madres, responde enfadada cuando el niño se porta mal. No se trata de los fenómenos naturales en sí, porque han existido y seguirán existiendo, sino por la brutalidad con la que han sobrevenido todos ellos y la frecuencia: han tenido lugar en la última década.

A menudo nos resulta sencillo y práctico movernos por dicotomías: bueno o malo; blanco o negro; sí o no; culpable o inocente; amigos o enemigos, etc. Sin términos medios. En las películas, por ejemplo, identificamos quién es el bueno y quién el malo. Es un punto esencial de partida para entender el contenido: posicionarnos con alguno de los dos actores. Incluso si existen varios grupos uno siempre será mejor que los otros. Entonces será: mi favorito y el resto. También ocurre en la política: el partido con el que simpatizamos es el bueno y los demás, son malos. Y, ¡Cómo no! Déjenme nombrar la dualidad por excelencia en este país: el futbol (no hace falta nombrar a los dos protagonistas). Los que se mueven por dicotomías frecuentemente no saben valorar una buena aportación o idea si procede del contrario. Su celebro es algo así como el sistema binario de un ordenador: 1= bueno; 0= malo. Pero tiene algunas comodidades: una vez se ha identificado el enemigo, se puede culpar a él de todos los males y de este modo se descarga tensión, quedando la conciencia más tranquila.

Por ello, volviendo al tema en que me refería al inicio, ante un atentado terrorista tenemos a un culpable, alguien a quién señalar, a quién juzgar y condenar. Podemos centrar todos nuestros esfuerzos en su búsqueda y captura, aunque ésta sea larga y penosa. Aunque para conseguirlo debamos utilizar medios no del todo éticos, aunque tengamos que mentir. Porque, al fin y al cabo, lo que importa es capturar al enemigo. Un ejemplo de ello es la estrategia utilizada por USA en la búsqueda de Sadam Hussein. Pero, ¿qué ocurre cuando no tenemos a quién señalar?; ¿qué pasa cuando no existe enemigo?. O mejor, ¿qué sucede si el enemigo está en casa?; ¿Somos capaces de aceptar que nosotros mismos, con nuestras actuaciones, somos nuestro peor adversario?.

Y de la nada ya hemos bautizado al malo: la madre naturaleza. Pero ésta no hace más que responder a nuestras propias acciones, así que forma parte de nosotros. Como cuerpo y alma. E aquí otro dualismo: el del filósofo Descartes. Cómo el cuerpo puede afectar o ser afectado por el pensamiento no puede ser comprendido. Está más allá de nuestra capacidad de comprender cómo lo físico y la mente están unidos. Pero sí sabemos que existe mutua interacción, existe una causa-efecto.

¿Y cuáles son estas actuaciones, estos comportamientos que tanto molestan a nuestra Madre? Pues las conocemos sobradamente: contaminamos, contaminamos y no dejamos de contaminar el medio ambiente. Tenemos la buena intención de cambiar esa mala actitud, y por ello no dejamos de firmar falsas promesas, apócrifos, declaraciones de buenas intenciones o como les quieran decir a los numerosos Tratados y Protocolos (Kyoto) firmados por todos los países o la mayor parte de ellos. Decimos: “Sí, mamá, no volverá a pasar” y volvemos a repetir lo mismo.

En fin, señores y señoras, está en nuestras manos cambiar ésta fatídica tendencia. Es momento de reflexión, de madurar. Dejemos que el niño crezca de una forma saludable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario