viernes, 25 de febrero de 2011

Cenicienta en Madrid

Se me acabaron las “mini-vacaciones”. Mi estancia en Madrid resultó entretenida y, a la vez, anecdótica. Cuando voy a la capital siempre me convierto en Cenicienta por unas horas. Ahora aclaro la afirmación. Voy allí por trabajo y la empresa me paga tanto el transporte como el alojamiento. Pero, obviamente, durante el tiempo que dura el curso. Así es que en este caso, que el curso era de un día (el jueves) sólo me pagaron la noche del miércoles a jueves. El resto, las tres noches adicionales, las costeé yo. El hotel que me proporciona la empresa suele ser de 4 ó 5 estrellas ubicado muy cerca del centro de formación, en pleno centro de Madrid. Pero llega un momento en que la carroza se convierte en calabaza, y de ahí lo del cuento de la Cenicienta. Así es que desde el momento que dejo el hotel de lujo y me voy a la pensión de apenas una estrella desaparece toda suntuosidad.

Eso no es problema para mí. Casi os diré que me siento más cómoda en la pensión que en un hotel con habitación y cama de dimensión enorme (para lo que estoy acostumbrada), con muchas sofisticaciones y en el que hay que guardar las maneras en todo momento. Cuando hago una reserva de hotel/pensión sólo pido unos mínimos, eso sí, imprescindibles: higiene y tranquilidad. Del resto puedo prescindir, porque sé que voy a pasar en él el mínimo tiempo posible: es decir, lo justo para dormir, y lo que queda del día voy a estar disfrutando del lugar, de visita. Con lo cual, no necesito ningún tipo de lujos y tampoco me importa la dimensión de la habitación. Y todo ello se reduce a fijarme en sólo un aspecto: el precio. Aunque en un par de ocasiones he pagado lo menos posible pero me ha resultado caro. Esto me ocurrió en NYC y también este fin de semana pasado.

Esta vez, el hostal estaba bastante bien ubicado. Había hecho la reserva por Internet, apenas unos días antes. Cuando llegué, la persona de “recepción” (si es que se puede considerar recepción porque apenas había nada que lo hiciera pensar), me llevó a otro edificio ubicado enfrente del museo del Prado. Sabía, por comentarios que había leído en Internet (no todos buenos), que los mismos dueños son propietarios de varios edificios y, según la disponibilidad, te proporcionan uno u otro. Todos están ubicados, más o menos, en el mismo barrio. Los comentarios que leo en Internet no siempre son oportunos. Siempre encuentras de buenos y de malos, así es que es difícil de valorar sin haber experimentado antes y crearte tu propia opinión. Hay gente que piensa que pagando lo mínimo va a encontrar un hotel de lujo. Uno tiene que ser realista y darse cuenta de que si has comprado lo más barato tiene que ser lo más sencillo. A mí, mientras respecten los mínimos (limpieza y tranquilidad) me doy por satisfecha.

Continuando con esta historia, llegué al otro edificio, que es donde debía efectuar el pago. Mi sorpresa fue al abrirse la puerta. Deberíais haber visto el tipo (supuestamente el propietario) del hostal. Nada que desperdiciar en su aspecto. El señor era algo obeso y su indumentaria era de ropa deportiva. Tenía una espesa barba grisácea que le llegaba hasta el pecho. Y gafas de sol en un lugar cerrado y más bien oscuro! No podía dejar de observarlo. Bueno, pagué lo que debía, me dieron una bolsa con toallas, las llaves y me enviaron de nuevo al otro edificio. Cuando llegué, no podía abrir el portal. Estuve como unos diez minutos intentándolo hasta que al fin pude entrar cuando una vecina salió del edificio.

La primera noche la pasé en una habitación supuestamente de 4 personas (aunque sólo la ocupaba yo). Al día siguiente me cambiaron a otra. No hubo ninguna incidencia esa primera noche.

El problema se encuentra en la segunda. A un individuo borracho no se le ocurrió otra cosa que permanecer toda la noche con el dedo enganchado en el timbre del hostal y gritando. Al final los vecinos tuvieron que llamar a la policía. Normalmente no tengo problemas para dormirme. Incluso esta vez, a pesar del ruido, estaba medio despierta: no sabía si era una pesadilla o estaba ocurriendo de veras y tengo un vago recuerdo de las voces. Pero evidentemente, había sido tan real como la vida misma y al día siguiente lo constaté preguntando a otros huéspedes del hostal y a la supuesta “recepcionista”. Ella se limitó a decirnos que el problema había sido un tipo borracho, un huésped del hostal, que se había dejado las llaves o algo así. En fin, en parte también era responsabilidad del hostal resolver esta patética situación y no hicieron nada para solucionarlo. Tuvieron que ser los vecinos los que finalmente llamaron a la policía.

Tampoco hubo problema en la tercera y última noche. Pero el domingo, cuando dejé la habitación, le pregunté a la “recepcionista” si me podía guardar la maleta por un par de horas. Su respuesta fue negativa. En aquel momento me dieron ganas de decirle que me devolviera el dinero de la noche que no pude conciliar el sueño con tranquilidad, pero no quise acabar mis cortas vacaciones de mal humor. Hay otras formas de castigo: es lógico que jamás voy a volver allí y tampoco lo voy a recomendar a nadie. Por cierto, Hostal Castro es su nombre y está ubicado en la calle de León.

Mi madre me dice que esto me pasa por comprar cosas “tan baratas”. Yo pienso seguir en mi línea: no siempre ocurre lo mismo.

El resto del viaje fue genial: estuve en el Prado, de nuevo en el Parque del Retiro; visité San Lorenzo de El Escorial (a las afueras de Madrid); también un local de música jazz en directo y un bar en el que todo era hielo (excepto el suelo) y en el que apenas pude aguantar cinco minutos.

Ya preparo las próximas visitas para cuando me vuelvan a convocar de nuevo a un curso ;-)

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